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Crisis en la frontera pone a prueba el carácter moral

El Obispo Anthony B. Taylor publicó el siguiente comunicado el 25 de julio sobre la crisis de niños refugiados no acompañados que llegan a los Estados Unidos

Published: July 26, 2014   
Obispo Anthony B. Taylor (izquierda), Obispo Maronita Gregory J. Mansour de San Marón en Brooklyn y ejecutivo de Servicios Católicos de Ayuda Sean Callahan escuchan a José Mauricio Mejía, 30 (con gorra negra), hablar sobre cómo el programa de Jóvenes Constructores de Centroamérica cambió su vida. El Obispo Taylor recientemente viajó a El Salvador como parte de una delegación de Servicios Católicos de Ayuda.

El Obispo Anthony B. Taylor publicó el siguiente comunicado el 25 de julio sobre la crisis de niños refugiados no acompañados que llegan a los Estados Unidos desde México y América Central.

Durante los últimos 4 años he servido como miembro del Comité sobre Migración de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. En esa capacidad visité El Salvador hace dos meses como parte de una Consulta Regional sobre Migración mirando a la difícil situación de los refugiados que huyen de la violencia y de la pobreza extrema en América Central.

Mi papel fue evaluar la situación de nuestros hermanos y hermanas que son obligados a dejar sus hogares debido a las trágicas circunstancias fuera de su control. La causa es la anarquía y la violencia en el Salvador, Guatemala y Honduras porque son estados fallidos. Es importante reconocer que muchas de las mujeres y niños — muchos de ellos sin compañía — que recientemente han llegado a los Estados Unidos son verdaderos refugiados con temor fundado en la muerte si rehúsan unirse a las pandillas criminales que controlan sus barrios, y la mayoría ya han sufrido algún tipo de violencia o intimidación severa antes de huir hacia el norte. De hecho, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha descubierto que 58 por ciento de estas mujeres y niños podrían calificar para la protección internacional como refugiados y por lo tanto no necesariamente estarían rompiendo la ley. Como cualquier refugiado huyendo de la persecución, ellos tienen derecho a la protección bajo la ley de los Estados Unidos y de la ley internacional.

Podemos ayudar a estas mujeres y niños en su tiempo de necesidad. Muchos de estos refugiados ya tienen familiares en los Estados Unidos con quienes se pueden quedar, pero si fuese necesario ¡podríamos alojar a algunos de ellos en nuestras parroquias católicas si tan solo las directrices federales nos lo permitieran! Y aunque es cierto que algunos de estos 60,000 no son refugiados en el sentido estricto de la palabra, muchos de ellos vienen aquí debido a circunstancias desesperadas. El Papa Francisco ha hecho un llamado para el cuidado y protección de estos niños. En una carta reciente escribió: “tal emergencia humanitaria reclama como primera medida de urgencia proteger y acoger debidamente a estos menores".

¿Por qué los gobiernos de América Central no pueden resolver sus propios problemas? Tenemos que reconocer que El Salvador, Honduras y Guatemala son estados fallidos y es simplemente poco realista esperar que ellos resuelvan este problema por sí solos. Honduras tiene el índice más alto de asesinatos en el mundo, y El Salvador y Guatemala ocupan el 4º y 5º lugar. Los carteles de las drogas están reforzando su control en estos países como rutas de navegación para drogas con destino a México y a los Estados Unidos. Los niños son el blanco de las pandillas o son amenazados de muerte o violación o ambos. Los gobiernos de esta región son cada vez más incapaces de proteger a sus ciudadanos.

La crisis humanitaria actual es una prueba del carácter moral de nuestro país. Esta crisis no debería aprovecharse como una oportunidad para tomar posturas políticas, sino más bien como una oportunidad de cooperación bipartidista para tratar humanamente este asunto. Pero la pregunta mayor no es solamente qué hacer para tratar esta crisis humanitaria en nuestra frontera sur, sino más bien si tenemos la intención de tomar los pasos necesarios para resolver el problema o no. Hasta que resolvamos los problemas que generan la miseria humana que obliga a las personas a dejar sus tierras, nada cambiará realmente. Cualquier solución a largo plazo requerirá colocar a la persona humana en el centro de nuestra economía, en el centro de nuestra cultura y en el centro de nuestro sistema de leyes—¡un cambio verdadero en la manera que hacemos las cosas en este país! Esto por necesidad conducirá a una reforma de inmigración compresiva que facilite el flujo natural demográfico en respuesta a las realidades económicas y laborales de la oferta y demanda, la protección de los más vulnerables, y la unión de las familias. Resolver estos problemas en los Estados Unidos conducirá también a cambios en una economía mundial que actualmente consigna a la mayoría de las personas a una pobreza miserable y a la conversión de corazones con respecto a la importancia de la solidaridad en la búsqueda del bien común de todo el pueblo, no solamente de los ricos y poderosos.

¿Qué podemos hacer para ayudar a nuestros hermanos y hermanas necesitados ahora mismo?  En vista de que las directrices federales no permiten actualmente la liberación de estas mujeres y niños a familiares locales que los recibirían en sus hogares, nuestras opciones principales para ayudarles son actualmente las siguientes:

  • Examinar nuestros propios corazones. ¿Cómo vemos a las personas que son como refugiados en nuestra frontera? ¿Las vemos como objetos que amenazan nuestro estilo de vida o las vemos como hijos sin esperanza, como padres que solo quieren lo mejor para sus familias, como personas que están tan desesperadas por tener un lugar seguro en donde vivir que se arriesgan caminando miles de kilómetros solo para encontrarlo? ¿Qué nos exige el amor?
  • Mantener a estas mujeres y niños en nuestras oraciones.  Ellos han soportado un viaje peligroso y han enfrentado un futuro incierto—muy parecido al de la Sagrada Familia cuando huyó de Egipto para refugiarse cuando vieron que su hijo corría peligro de muerte.
  • Ser la voz de quienes no tiene voz. Exhorto a cada uno de nosotros a comunicarse con nuestros funcionarios electos para recordarles que esta crisis de refugiados es de carácter humanitario. Exigir que dejen sus diferencias bipartidistas y trabajen para promover políticas económicas y de inmigración justas que respondan a las realidades que están en la raíz de esta crisis.
  • Hacer donaciones necesarias de dinero y artículos. Las diócesis de Texas están en las primeras líneas de esta crisis y la Conferencia Católica de Texas mantiene una lista de las necesidades actuales, disponible presionando aqui.
  • También Caridades Católicas de EE.UU. tiene una página para recaudar fondos para esta necesidad. Para acceder por favor presione aquí.

Qué difícil debe ser para los padres de familia llegar al punto de darse cuenta de que la única oportunidad para que sus hijos escapen de la violencia y posiblemente de la muerte es poner dinero en sus manos y enviarlos al norte, aun a costa de la posibilidad de no volver a verlos de nuevo… pero también con la esperanza de que nuestros corazones puedan conmoverse para ayudar a que sus hijos tengan una oportunidad de una vida mejor. Así que esta es una crisis humanitaria para nosotros también—“crisis” en el sentido de tomar una decisión en la cual mostremos quién somos verdaderamente ante Dios. Nuestra fe en Jesús exige una respuesta y no hay manera de justificar el responder con indiferencia, enojo, temor y dejar que esto sea el problema de alguien más solamente. A corto plazo necesitamos cuidar de los niños, de sus mamás y de otras personas en verdadero peligro de muerte si regresan a sus hogares. Estas son personas como nosotros que están enfrentando las horribles condiciones que amenazan su vida. Nosotros como país enfrentamos un destino igual si cerramos nuestros corazones, si vemos a estas personas desesperadas que llegan a nuestras puertas como una amenaza para nuestra propia prosperidad y si elegimos cerrarles las puertas en su cara.

Sinceramente en Cristo,

+Anthony B. Taylor

Obispo de Little Rock


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